For as long as I can remember, food has been a safe place for me. For some, feeding me was the best way to keep me quiet for a moment; for me, it was the best way to focus my mind on something for a few minutes. When I was bored, I wanted to eat; when I was tired, I wanted to eat.
Over time, I learned to identify when I was really hungry and when I wasn't. I would even say it out loud when I went to cook: “I'm not hungry, but I want to eat,” “I'm going to find something to eat, I have nothing else to do,” or “I want to eat, I need to think about something else.”
For years, when I looked at my body, I thought it wasn't that serious. I never went through any radical weight changes, and I always kept in mind that there are other people with real food-related problems. However, although all this didn't affect how my body looked, it did affect how it felt, with trips to the doctor since I was a child, problems with sugar, and too much fat in my body. I've been trying to control it for a long time, but no matter how hard I tried, I couldn't until last year when something happened that really scared me.
Around this time, I started to feel that I was full after eating just a little bit of something, so much so that one day I ate nothing but half an arepa. I planned to eat the whole thing, but I thought that if I took one more bite, I would throw up. I went to about three different doctors until I finally found one who gave me a solution. I don't remember the name of what I had, but basically it was gastritis. They forbade me from eating a lot of things, and for almost three months my diet consisted of pills, water, mashed potatoes, pumpkin soup, and crackers. At first, it was very hard. The craving for something sweet, or bread, or anything else was very strong. Since I wasn't eating sugar, I had unbearable headaches for days, and due to the lack of other foods, I felt like I didn't even have the strength to hold myself up.
After two months, I was feeling better. I was still weak from not consuming foods that provided me with the necessary proteins and vitamins, but at least I no longer felt like food was going to make me explode, and my belly no longer looked like that of a woman three months pregnant. After three months, I started eating more food, still without any sugar or acids, and eating pizza or hamburgers was still off-limits.
I finally recovered and was able to eat normally in December, but I discovered something: I had lost my taste for food. All flavors were too strong for me, every dessert was too sweet, and even a freshly baked empanada seemed too greasy.
Now, more than a year after all this, my perspective on food and my habits have changed. At parties, I hardly eat any appetizers anymore. I don't even eat cake right away; I save it for later. Soft drinks don't tempt me as much anymore, as I don't feel satisfied until I feel like I'm going to burst. Dessert has become an option rather than a reward or distraction.
Overall, I feel that my relationship with food is much better. I feel healthy and happy. I'm not going to lie to you, I still like fast food, and that's okay, but I've learned to know my limits and what makes me feel better.
Desde que tengo memoria la comida ha sido un lugar seguro para mi, para algunos el darme de comer era la mejor forma de quedarme quieta un momento, para mi era la mejor forma de centrar mi mente en algo algunos minutos. Cuando me aburría quería comer, cuando me cansaba quería comer.
Con el tiempo aprendí a identificar cuando tenía hambre realmente y cuando no, incluso lo decía en voz alta cuando iba a cocinar ¨No tengo hambre, pero quiero comer¨, ¨Voy a buscar que comer, no tengo más nada que hacer¨ o ¨Quiero comer, necesito pensar en otra cosa¨
Durante años al ver mi cuerpo pienso que no es tan grave, jamás he pasado por algún cambio de peso muy radical y siempre tenía en mente que hay otras personas con verdaderos problemas relacionados a la comida. Sin embargo, aunque todo esto no me afectó en el cómo se ve mi cuerpo si me ha afectado en el como se siente, idas al médico desde niña, problemas con el azúcar y demasiada grasa en mi cuerpo. He intentado controlarlo desde hace mucho pero por más que lo hacía no podía hasta el año pasado cuando pasó algo que si me asustó.
Más o menos por estas fechas empecé a sentir que a penas comía un poco de algo ya estaba llena, tanto así que un día no comí absolutamente nada más que una mitad de una arepa, planeaba comerla completa pero pensaba que si le daba un mordisco más la iba a vomitar. Fui como a tres médicos diferentes hasta que por fin llegó uno que me dio una solución, no recuerdo el nombre de lo que tenía, pero básicamente era una gastritis, me prohibieron comer un montón de cosas y mi dieta durante casi tres meses se basó en pastillas, agua, puré de papa, sopa de ahuyama y galletas saladas. Al principio fue muy duro, la ansiedad de comer algo dulce, o pan, o cualquier otra cosa era muy grande, como no comía azúcar duré días con un dolor de cabeza insoportable y debido a la falta de otros alimentos sentía que no tenía fuerza ni para sostenerme yo misma.
Al pasar los dos meses ya me sentía mejor, seguía débil por no consumir alimentos que me daban proteínas y vitaminas necesarias pero al manos ya no me sentía como si la comida me fuera a hacer explotar y mi panza no se veía como el de una mujer con tres meses de embarazo. Pasados los 3 meses empecé a consumir más alimentos, aún así sin nada de azúcar o ácidos, y comerme una pizza o hamburguesa seguí estando prohibido.
Finalmente me curé y pude comer con tranquilidad en diciembre, pero descubrí algo y fue que le perdí el gusto a la comida, todos lo sabores para mi eran muy fuertes, cualquier postre para mi era muy dulce e incluso una empanada recién hecha la veía muy grasosa.
Actualmente, a ya más de una año de toda esta situación mi perspectiva sobre la comida y mis hábitos cambiaron. En las fiestas ya casi no como pasapalos, ni siquiera me como la torta en el momento la guardo para después, las bebidas gaseosas ya no me provocan tanto, como hasta quedar satisfecha no hasta que sienta que voy a reventar, el postre se convirtió en una opción en vez de un premio o distracción.
En general siento que mi relación con la comida va mucho mejor, me siento sana y feliz, no les voy a mentir, me sigue gustando la comida rápida y esta bien, pero aprendí a conocer mis límites y lo que me hace mejor.
