
¡Un cálido saludo a los amigos de #literatos
Hay libros que son refugios y versos que tienden puentes. En la rica geografía poética de Cuba, la voz de Hugo Hodelín Santana emerge no con estruendo, sino con la fuerza sosegada de quien conoce el peso exacto de las palabras y el lugar preciso de las emociones. Su obra, va de transparencia en medio del ruido, y además, invita a un viaje íntimo por los paisajes interiores de un hombre que ha hecho de la ciudad su musa y de los marginales sus confidentes esenciales.

Los cimientos: Una infancia armónica en Matanzas.
Todo comienza en el rumor de la imprenta y en el silencio atento de un salón de clases. Hugo nació el 23 de octubre de 1955 en la ciudad de Matanzas, en el seno de una familia donde la palabra era moneda corriente. Su madre, maestra normalista, y su padre, tipógrafo, forjaron un hogar donde la educación y la armonía fueron pilares. “Mi infancia fue feliz; no me faltó nada”, confiesa con una sencillez que delata una quietud profunda.
Ese “manto familiar armónico y feliz” se extendía entre Matanzas y La Habana, ciudad donde pasaba largas vacaciones y le dio una temprana noción de pertenencia a un archipiélago cultural más amplio. Creció entre juegos y literatura, devorando novelas juveniles y asistiendo a numerosas escuelas. Aunque se graduó como ingeniero industrial en la Universidad de Matanzas, y hoy tiene dos hijos —un médico y un pianista que son sus “más fervientes críticos”—, el destino le reservó otro oficio: Poeta.

La revelación: Matanzas, la musa descarnada
Y aunque Hugo Hodelín es un hombre de dos ciudades —Matanzas y La Habana—, fue en los rincones de la primera donde la poesía lo esperaba. A los 14 años escribió cuentos adolescentes, pero la verdadera voz poética llegó después, tras un misterioso período de silencio creativo de dos años. Al retomar la pluma, algo había cambiado. El estilo lírico inicial se quebró para dar paso a un discurso distinto, más descarnado, más citadino.
“Cuando lo retomé, lo hice con un discurso distinto”, recuerda. La duda inicial se disipó cuando una artista de mirada amplia validó su nueva dirección. Así nació el Hodelín que hoy conocemos: un poeta que no canta a la Matanzas pintoresca y placentera del concepto tradicional de “matanceridad”, sino que la desnuda, que pega el oído al asfalto para escuchar su ritmo visceral. Él mismo acuñó un término alternativo en un poema titulado “Matanserenidad”, rompiendo con la visión idílica para mostrar una urbe viva, palpitante y a veces áspera.
Su juventud, intensa y vivida entre amores, clubs, cabarets y mucha lectura, fue el combustible para esta exploración. Pero el crisol donde se forjó su poética fue la amistad. Su casi diaria comunión con Luis Marimón, a quien considera el mejor poeta de los 80 —generación a la que Hodelín se adscribe—, consistía en largos coloquios sobre poesía y vida. Esa complicidad intelectual fue fundamental.
A través de sus versos, Hodelín estableció “vasos comunicantes” con los jóvenes y con aquellos a quienes la sociedad mira de reojo: los marginales. En ellos se sumerge con una aproximación intuitiva, estableciendo un “misterioso vínculo”. Aunque una vez aclaró que él no era un marginal, un entrevistador le respondió con una verdad profunda: “en el fondo, el poeta siempre lo es”. Esta conexión con los desposeídos no es un tema único, pero sí columna vertebral de su obra, que también abarca el amor y otros asuntos universales. Esta actitud le ha valido etiquetas de “poeta maldito” e “irreverente”, sellos que lleva con la naturalidad de quien no escribe para cumplir expectativas.

La eternidad: Un pacto con el olvido.
¿Y qué piensa este poeta que desnuda ciudades sobre la eternidad? Su respuesta es tan lúcida como descreída. La eternidad, dice, está en “esa fragmentación de la vida”. No le quita el sueño, aunque tiene dos poemas que abordan el tema: “El tiempo” y “Olvido”.
Su filosofía se inclina hacia Fernando Pessoa, específicamente hacia su inmortal “Tabacaría”, cuyos versos finales recita con la convicción de quien ha hecho las paces con la finitud:
"Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré versos.
Y un día morirá el letrero y también mis versos.
Después morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió".
Hodelín está convencido de que “el olvido terminará con todo, como el tiempo, que se burlará de nosotros hasta cumplir su trabajo, como un ladrón universal”. Es una certeza que podría paralizar a cualquiera, pero a él no le preocupa. Encuentra una paz peculiar en esta aceptación. Sin embargo, deja entreabierta una puerta a la esperanza, una chispa de significados en la vasta oscuridad: “Si alguien leyera mis versos después de la caída final y encontrara algo en ellos, ahora pensaría que sirvieron para algo”.
Hoy, Hugo Hodelín reside en Uruguay, con la mirada y el corazón puestos en la isla que lo vio nacer. Extraña esa Matanzas que lo devora, esa ciudad que es a la vez escenario, herida y musa. Su poesía permanece es un refugio de palabras exactas, un puente tendido sobre el río del tiempo, testimonio perdurable de que, incluso en la certeza del olvido, vale la pena escuchar y cantar el latido del asfalto.
Me place compartir con los amigos de #hive en #literatos un texto de la autoría de Hugo Hodelín Santana.
XI
Yo no soy poeta
Nunca lo seré
Es evidente
absolutamente evidente
Pero Antonia tiene una hija pura
Tan pura que no me abrió las piernas en el dogaout
Quizás el aire frío del invierno
sea ese soplo de muerte
Quizás me hayan puesto out
Quizás las columnas cayeron
Quizás el tiro perforó el rostro ciego de la luna
No me hablen de gardenias
Ni de abedules y copos de nieve
Háblenme de los huérfanos y las viudas
Háblenme del ron con sabor adúltero
Hoy he cruzado dos calles
Hoy es silencio
Hoy es un día parqueado en el día de mañana
Hoy cruzo la raya
Hoy duerme el guardián de la frontera
Hoy atravieso las calles con mi hijo en bicicleta
Y en este instante creo que soy un rey sin reino
Un rey que caza mariposas
Un rey que no sabe gobernar
en este instante
hago renunciar a todos mis ministros
y licencio a todos los ejércitos
y decreto a los elefantes conversar con el pueblo
decreto vestir solo con una corbata violácea
descalzos
desnudos
desayunando whisky con soda
Mientras una mujer se desnuda con insolencia
Como una campana sobre el entierro del sepulturero
y sin poner los puntos
sobre todas las íes
camino
bajo el sol abrasador de los días de verano
sentado en mi silla de parqueo
y la palma gris
comulga
y las putas se entretienen
haciendo crucigramas
y el dinero que no llega
y cuando llega
cargado de tipos malolientes
con demasiado sabor a mantequilla
con demasiado sabor a dinero cargado
con 100 mililitros de brujería
y las campanas que anuncian en silencio
pero yo me pego a la lona
y renuncio a la dosis de crack
renuncio a mi estatus de rey
y hojeo un tratado de oceanografía
saco mi banderita de escolar
y la agito en los actos solemnes
las mujeres salieron antes
en aquella madrugada de agosto
y tiernas me preguntan
¿Usted domina el persa
y yo les respondo que no
entonces vuelven
y me dicen
como es posible que domine el arte de escribir
y yo les respondo
he renunciado a mi condición de rey
he renunciado a todo
lo único que tengo son mis dos hijos
y esta silla de parqueo
y absoluto
dibujando en el aire
el reloj marca las nueve y treinta
recojo mi mochila y hago el inventario
de lo que dejo el día
y con mi gorra china
hago señales al ómnibus que atraviesa
y no para
no para nunca
esta pertinaz llovizna de desgracias
que se afincan al estribo
y hace bajar en el sitio
mas solitario de la ciudad.
@ HUGO HODELÍN SANTANA.

Fuentes:
✍️ Reseña de mi Autoría.
✍️ Autor del poema XI Hugo Hodelín Santana (se publica con su anuencia expresa).
🌐 Red Social de Hugo Hodelín Santana: https://www.facebook.com/hugo.hodelin.105416






