It all started on an ordinary morning, with a craving for something sweet and comforting.
In the kitchen, the ingredients were ready, and the batter waited patiently in a clear bowl. With a ladle in hand and the pan hot, the mixture was poured carefully. The first pancake began to take shape as the delicious aroma filled the air.
One by one, the golden pancakes stacked up on a plate like little works of art. Some came out perfectly round, others a bit rebellious, but all had that homemade charm that only comes from making them yourself.
Finally, the most awaited moment arrived: the crowning touch.
On a blue plate, the pancakes formed a perfect tower, and the undisputed star made its grand entrance: dulce de leche. Thick, shiny, and generous, it slowly slid down the sides, covering each layer with irresistible sweetness.
What began as a simple idea turned into a delicious creation — a story told in layers, in flavors, and in the joy of cooking from the heart.
Todo comenzó una mañana cualquiera, con antojo de algo dulce y reconfortante.
En la cocina, los ingredientes ya estaban listos y el batido esperaba paciente en un bol transparente. Con un cucharón en mano y la sartén caliente, se vertía la mezcla con cuidado. El primer panqueque tomaba forma mientras el aroma comenzaba a llenar el aire.
Uno tras otro, los panqueques dorados se apilaban en un plato como pequeñas obras de arte. Algunos salieron más redondos, otros un poco rebeldes, pero todos tenían ese encanto casero que solo da el hacerlos uno mismo.
Finalmente, llegó el momento más esperado: la coronación.
En un plato azul, los panqueques formaron una torre perfecta, y el protagonista indiscutido hizo su entrada triunfal: el dulce de leche. Espeso, brillante y generoso, se deslizaba lentamente por los bordes, cubriendo cada capa con su dulzura irresistible.
Lo que comenzó como una simple idea se transformó en una deliciosa creación. Una historia contada en capas, en sabores, y en el placer de cocinar con el corazón.
